25/03/2012 ~
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Como cada mañana antes de ir al instituto, me asomé a la ventana para ver el día que hacía. Aunque era muy temprano y el sol apenas iluminaba la ciudad, se podía apreciar escasas nubes y un ambiente cálido y acogedor. Sin lugar a dudas, sería un día hermoso.
Miré el reloj. Era hora de salir a la calle y comenzar el monótono camino que recorría día sí y día también hasta el instituto. Apenas caminé unos pocos pasos cuando salió a mi encuentro la mirada de un ser alto, moreno y guapo, desconocido hasta ese momento para mí. -¿Quién será?- dije en voz baja. Era tarde y tenía que continuar mi camino. Comencé a andar más rápido, temiendo llegar tarde al examen que tenía a primera hora. Sin embargo, una serie de pensamientos no me paraban de rondar por la cabeza y hacían que me costase mantener ese ritmo. Podría haber ido pensando en el examen para el que tanto había estado estudiando y que tantas horas de sueño me había quitado, pero no fue así. Esa mañana era distinta. Pensaba en el encuentro que había tenido con ese chico al que nunca antes había visto, lo que era bastante extraño, porque el barrio de Toledo en el que vivía era bastante pequeño y conocía prácticamente a todos las personas que vivían en él. Esto hizo que mis ganas por descubrir de quién se trataba, aumentaran. Finalmente, llegué a clase y después de sentarme en el pupitre, la profesora me repartió un folio con cinco preguntas a las que yo tenía que responder. Me sentía extraña. Se podía apreciar miedo y nerviosismo en cada uno de mis compañeros pero yo, que siempre tendía a ponerme nerviosa en cualquier situación, no estaba nada nerviosa, sino más bien deseosa de poner fin al examen, a las demás clases y al resto del día para que llegara el día siguiente y, con él, quizás, una nueva ocasión para ver a ese chico que tan maravillada y desconcertada a la vez me tenía.
Terminé de escribir la última palabra, puse mi nombre en todos los folios que había escrito y entregué el examen a mi profesora. Sonreí. Por fin se había pasado. Era el último antes de las vacaciones, así que ya no tendría que hacer ninguno más hasta el próximo trimestre. Por fin era libre.
Llegó la siguiente mañana. Bajé corriendo las escaleras. Nunca antes las había bajado con tanto entusiasmo. No anduve despacio como tenía por costumbre, sino más bien corrí llena de energía, deseando poder repetir el encuentro con el enigmático chico de la mañana anterior que apenas había durado un minuto. Cuando llegué al punto donde se produjo el pequeño encuentro, me detuve y miré a mi alrededor. No lo vi por ninguna parte. Me entró una gran angustia. –¿Y si no lo volvía a ver y nunca podría tener la oportunidad de hablar con él, ni siquiera de conocer su nombre?- pensé. Pero había salido con tiempo de sobra, así que me negué a tirar la toalla y decidí esperar un rato. Como por arte de magia, después de llevar cinco minutos esperando, apareció a lo lejos. Iba solo y caminaba despacio, dubitativo. Levantó la mirada del suelo y otra vez sucedió, nuestras miradas se encontraron y permanecieron inmóviles, fijas, conectadas entre sí durante un minuto. En ese mismo instante, supe que se trataba de alguien especial. Tenía que conocerle. Cuando ya me decidí a hablarle y caminaba hacia a él, una chica, a lo lejos, gritó mi nombre. –Mierda- murmuré. Se trataba de mi mejor amiga. Decidí que sería mejor esperar a otro día para hablar con el chico, cambié mi rumbo y me dirigí junto a Clara. Habíamos sido amigas desde pequeñas, nos encantaba estar juntas, siempre confiábamos la una en la otra y nos contábamos todo. Pero nunca aborrecí tanto estar con ella como ese mañana y jamás fui capaz de contarle los extraños encuentros que había tenido con ese desconocido, del que no sabía, ni siquiera, su nombre. El día se me pasó muy despacio, sin parar de pensar en la oportunidad que había perdido de conocerle.
Las horas, aunque lentas, pasaron y llegó finalmente un nuevo día. Corrí, como había hecho la mañana anterior, hasta el lugar mágico. Tampoco esa mañana había nadie cuando llegué. Me senté a esperar. Pasaron cinco minutos, diez, quince y, transcurrido este tiempo sin que apareciera, me convencí a mí misma de que ya había esperado bastante tiempo y de que ya no le vería esa mañana y quizás, nunca más. Me levanté del suelo y, un día más, comencé a andar camino del instituto. Caminaba con la mirada perdida y me resultaba muy difícil camuflar la tristeza que sentía. De mis ojos salieron un par de lágrimas, que sequé con la manga de la camisa. -Se acabó- pensé. Luego reí. -Nada se había acabado porque nunca llegó a empezar- me dije a mí misma.
Pasaron dos semanas sin que el desconocido diera señales de vida. Pero una mañana, cuando ya había perdido todas las esperanzas de encontrarme con él, apareció ante mis ojos. No me lo podía creer. Estaba paralizada. No sabía distinguir si era un espejismo o si es que, en efecto, era él, aquel chico con el que tanto había soñado y del que tan poco sabía. Caminaba con firmeza hacia mí. Cuando se encontraba a escasos centímetros de mí, me cogió la mano y me dijo con una voz tierna y dulce:
-Te quiero. Quizás pienses que soy un poco extraño porque te diga esto sin conocerte, pero, es verdad. Siento que te conozco mucho más que al resto de las personas con las que me junto desde hace tiempo. Te he estado observando bastantes días desde mi ventana. Sin duda, eres especial.
Estaba en estado de shock. Sabía que eso estaba sucediendo porque olía su colonia, oía su respiración y su corazón latir a mil por hora y sentía su mano fuertemente cogida con la mía. Sin que yo diera la orden, mis labios se despegaron y dijeron:
-Yo también te quiero... No eres raro, porque si lo eres, también lo soy yo. Pensé en hablarte tiempo atrás, pero luego desapareciste y no supe nada de ti hasta este momento.
-Tuve que ausentarme. Y lo peor es que también tengo que hacerlo ahora…Perdóname. No olvides nunca que te quiero, chica desconocida.
-No me importa que te vayas si sé que te veré mañana. Yo también te quiero, chico sin nombre.
-Quizás mañana averigües mi nombre. Bueno, quizás, no. Estoy seguro de que al fin mañana dejaré de ser un extraño para ti… Te quiero. Adiós.
Antes de marcharse, nos besamos y nos abrazamos con una pasión que quedó grabada en mi mente para siempre. Fue una experiencia, sencillamente, mágica, de ésas que sólo se leen en las novelas.
-Ojala nunca tuvieras que separarte de mí- me dije ya a mí misma mientras el extraño cruzaba la esquina para desaparecer.
A la mañana siguiente, me desperté sola, sin que hiciera falta que sonara el molesto despertador. Desayuné en cinco minutos, pero tardé bastante tiempo en arreglarme. Quería estar guapa para él. Me hice unos tirabuzones con la plancha y me di un poco de rímele en las pestañas, colorete en los pómulos y pintalabios en los labios. Miré por la ventana. Hoy había más nubes en el cielo y corría una brisa fría por la ciudad.Salí a la calle y corrí a gran velocidad, movida por las ganas de volver a ver a mi extraño pero apuesto chico. Hoy había un gran barullo en la ciudad. Cuando llegué, no estaba. Esperé, esperé y esperé… pero nunca llegó. –¿Por qué no has venido? Sé que me quieres…- dije en silencio.
El día transcurrió muy despacio y cuando llegué a mi casa para comer, descubrí a mis padres sentados en el salón, frente al televisor, viendo el telediario. Miré la pantalla para saber qué noticia les tenía tan ensimismados y absortos, y al verla, me uní a ellos. La noticia decía lo siguiente:
-Se ha encontrado esta mañana ahorcado en su casa a un chico de Toledo de diecisiete años de edad, llamada Alberto Sánchez. Según nos han contado sus padres, que se encontraban fuera de casa a la hora del suceso, sufría una grave enfermedad de por vida, que le causaba graves dolores y por la que tenía que permanecer mucho tiempo aislado en su casa. Parece que este fue el motivo por el que decidió quitarse la vida.
Al ver la fotografía del chico, no pude evitar gritar de dolor. Era él. También reconocí a sus padres cuando aparecieron en la pantalla. Los veía prácticamente a diario pero ignoraba que tuvieran un hijo. Corrí a mi cuarto y me encerré ahí toda la tarde. No comí. No paré de llorar en todo el día, en semanas, en meses… No entendía por qué se había quitado la vida si ahora me tenía a mí. No entendía por qué le había querido tanto si apenas le había conocido. No entendía por qué me causaba tanto dolor su muerte. Pero era verdad. Le amaba como nunca antes había amado a nadie y como, yo sabía, que nunca amaría a nadie más. El amor es así de caprichoso.
Un día, cuando estaba en mi habitación escuchando música y escribiendo en el portátil, llamaron a la puerta. Mis padres no estaban en casa así que no me quedó más remedio que ir a abrirla yo. Al hacerlo, me llevé una gran sorpresa. Ante mis ojos se encontraba la madre de Alberto. Me miró y tras presentarse, me dijo que había encontrado en la habitación de su hijo una carta para mí. Nada más entregármela, le di las gracias, me despedí con educación, cerré la puerta y me dirigí velozmente a mi habitación. Abrí el sobre y saqué de él una pequeña nota que decía así:
- Cuando estés leyendo esto ya no estaré aquí. Perdóname por lo que hice, pero tenía que hacerlo. Si lo hice, no fue porque no te quisiera, sino por todo lo contrario. Te quería demasiado. Como ya sabrás, estaba muy enfermo, y cuanto más pasaban los días, más lo estaba. No quería ver cómo cada día, cuanto más te quisiese, peor me encontrase. No hubiera podido soportar, además del dolor de mi enfermedad, el dolor por perderte lentamente según pasaran los días. No quería sentir que tarde o temprano, lo nuestro tendría un fin. Lo siento, pero era lo que tenía que hacer. Ahora solo te pido que me olvides, me perdones por lo que he hecho y seas feliz. Yo nunca te olvidaré y ten por claro que siempre te querré, esté donde esté.
A partir de ese momento, esa carta se convirtió en mi objeto más valioso, el único del que nunca me hubiera desprendido. Esa carta era nada y a la vez lo era todo. Era lo único que tenía de él, además de su recuerdo.
Pasaron los días, los meses y los años. Mi vida continuó. Estudié una carrera y encontré un trabajo con el que era feliz. Viajé por todo el mundo y conocí a gente de muchos países y culturas diferentes. Conocí a buenas personas. Hice grandes amigos, pero nunca alejé de mi mente el recuerdo de ese joven enigmático que había robado mi corazón en tan pocos minutos. Pasó bastante tiempo; mucho en realidad desde esos pocos pero mágicos encuentros matutinos. Nunca me casé. Viví esperando amar a otro hombre como lo hice a ese joven, pero nunca encontré a nadie igual. No me importaba. Me contentaba con haber conocido en la vida, al menos, lo que era el amor y los efectos que producía en el alma.
Cada año, el día de su muerte, iba al cementerio para llevarle flores y hablar con él, aunque supiera que no iba a obtener respuesta. Estando allí, junto a él, mientras se me derramaban pequeñas lágrimas transparentes en la piedra donde estaba escrito su nombre, recordaba lo mucho que le había querido y descubría que aún le seguía queriendo. Siempre le reprochaba el que me hubiera pedido en la carta que le olvidara. Él sabía que no podría hacerlo.
En efecto, durante toda mi vida, nunca pude olvidarle. Incluso, antes de morir, mi último pensamiento fue para él. Cómo iba a poder olvidarme de la única vez que había sentido verdadero amor… cómo iba a poder olvidarme de esos mágicos encuentros que me hicieron vivir cada día con tanta esperanza e ilusión… cómo iba a poder olvidarme de ese extraño al que tanto amé sin apenas conocerle y del que al final, aprendí su nombre. Cómo olvidarme de ese extraño que acabó no siendo tan extraño.
Como dice Pablo Neruda, “es tan corto el amor y tan largo el olvido”…
2 comentarios:
Blogger Laura. ha dicho...

Increíble la sensación que me ha dado leer esta historia, estoy sobrecogida, cada línea me sorprendía más, me parecía demasiado surrealista lo que escribías, pero al final tiene su sentido.
Que duro y a la vez que original, ¿lo has escrito tu, no?
A mi me ha encantado, porque es diferente, por lo que transmite, porque tiene personalidad, no es la típica historia de la niña que encuentra el amor de su vida y el la corresponde, va mucho mas allá, es como decirlo, ¿especial?, no lo sé, lo único que tengo claro es que me ha llegado y que me ha encantado, así que por mi parte ¡felicidades por escribir tan bien! ¿tan bien? ¡felicidades por escribir GENIAL!
¡Un beeso guaapa!

26 de marzo de 2012, 11:34  
Blogger Kira ღ ha dicho...

Ohhh! Sí, lo he escrito yo ;) Joo, muchísimaaaas gracias Laura, de verdad, me animas a a seguir escribiendo con tus palabras ^^
Me alegra que te gustee, aunque bueno, no sé yo si es verdad eso de que escribo "genial" pero mil gracias por decrrlo y levantarme la autoestimaa jaja Un besitoo guapaa!

1 de abril de 2012, 4:14  

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Escrito por Kira ღ  
(Un 25.3.12)